LA PRIMERA FABRICA DEL MUNDO EN LA QUE TODOS SUS OPERARIOS SON ROBOTS HUMANOIDESSi las fábricas del futuro están totalmente automatizadas, como la de Zeekr en China, donde los robots humanoides hacen todo el trabajo, surge una gran duda: ¿cómo va a ganar dinero la empresa privada si la gente no trabaja, no tiene ingresos y, por lo tanto, no puede comprar lo que producen esas fábricas? Ahora mismo, el sistema funciona porque los trabajadores cobran un sueldo y con eso consumen, pero si los robots lo hacen todo, se rompe ese ciclo.
La solución que más se baraja es la renta básica universal, una especie de paga del Estado para que la gente pueda vivir sin trabajar. Pero ahí aparece otra paradoja: si te pagan simplemente por existir, ¿qué incentivo hay para esforzarse? Probablemente, algunos lo hagan para ganar más y tener un mejor nivel de vida, pero eso significaría que los que solo vivan de la renta básica serán los nuevos pobres. No les faltará lo básico, pero tampoco podrán aspirar a más. Será como un sistema de racionamiento moderno, donde puedes sobrevivir con lo mínimo, pero no realmente vivir bien.
Y aquí llega el punto clave: en cualquier sociedad, siempre habrá una élite. Si los dueños de las fábricas pierden el control del dinero porque nadie puede comprar sus productos, el poder lo tomará el Estado, que decidirá quién recibe qué y bajo qué condiciones. Los que gestionen ese sistema se convertirán en los nuevos dioses del Olimpo, controlándolo todo mientras el resto simplemente depende de ellos. Da igual que sea a través de grandes empresas o de un Estado todopoderoso, siempre habrá unos pocos que tengan el control, y el resto, que dependa de lo que esos pocos decidan.
La gran pregunta es: ¿quién debería gobernarnos, el sector privado o el Estado?
Ni uno ni otro en su totalidad. Si el poder absoluto lo tiene el sector privado, la búsqueda del beneficio por encima de todo puede acabar convirtiéndonos en simples piezas de un engranaje diseñado solo para enriquecer a unos pocos. Pero tampoco se puede confiar ciegamente en el Estado, porque cuando los burócratas y políticos controlan todo, la historia nos ha demostrado que eso suele derivar en modelos comunistas que fracasan, asfixiando la libertad individual y ahogando la innovación.
El único camino viable es el equilibrio. El sector privado debe seguir impulsando el progreso, la tecnología y los avances en salud, educación y ciencia, gracias a la competencia y al incentivo del dinero. Pero el Estado, como representante del pueblo, debe asegurarse de que ese desarrollo no se haga a costa de nuestra libertad ni de nuestra dignidad. Un sistema donde la innovación siga su curso, pero con un control suficiente para que nadie se convierta en esclavo del sistema.
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